¿Qué exigencias le plantean a la relación de pareja
las diferentes etapas del ciclo de vida familia?
En
los marcos de la familia, la relación de pareja es
un proceso que implica nuevas construcciones
vinculares, en tanto, atraviesa durante su evolución
continuas etapas y complejas situaciones que exigen
a la pareja, la puesta en práctica de mecanismos
reestructuradores y reorganizadores. La efectividad
de estos mecanismos requiere que su implementación
se acompañe de la introducción de un mayor número de
recursos psicológicos de carácter interactivo.
La
relación de pareja se modificará en la medida en que
se originen cambios en su entorno. Igualmente se
gestarán cambios en sus miembros, cuyos desenlaces
dependerán de sus capacidades para analizar,
apreciar y valorar de manera flexible las diversas
tareas que enfrentan; así como de sus expectativas y
comportamientos reales alrededor de las mismas. La
pareja como entidad relacional no ofrece por sí
misma protección a sus integrantes ante las
dificultades, tensiones y problemáticas que se
presentan. En la medida en que sus miembros sean
capaces de solucionar estas situaciones, por muchas
que se sean, la relación funcionará mejor.
Cuando uno o ambos cónyuges comienzan a percibir,
frecuentemente y con gran intensidad, desigualdades
o desavenencias en la relación y a vivenciar
sentimientos de malestar tales como: inseguridad,
descontento, rechazo, resentimiento, hostilidad,
rencor y celos; la relación puede mostrar síntomas
evidentes de deterioro. Estos síntomas, al provocar
conflictos de carácter interpersonal o
intrapersonal, pueden convertirse en agentes
estimulantes o desarrolladores de la relación, o
pueden destruir y/o desestabilizar la misma. Las
situaciones conflictivas, en la medida en que se
intensifica, pueden provocar estados de crisis en la
relación.
La
crisis interrumpe el silencio del vínculo. “… Sin
proponérselo se convierte en el motor que enciende
nuestras reflexiones y nos hace buscar nuevas
alternativas para poder enfrentar las “nuevas”
situaciones, precisamente, por el carácter inédito
que adquiere la vida en la solución de los problemas
diarios durante la crisis” (Martín, C. y Pérez, G.,
1998, p.10). La crisis en la pareja debe ser
entendida como un proceso de transformación que
supone contradicciones, a veces muy complejas, no
sólo para sus miembros sino también para el sistema
familiar que lo constituye, ya que origina evidentes
modificaciones en su funcionamiento.
No
obstante, la crisis ofrece un conjunto de riesgos y
oportunidades, significa desequilibrio en busca de
un nuevo equilibrio. En la pareja puede provocar un
impacto inestimable en la subjetividad individual de
sus miembros y de la familia en sentido general.
Aquellas parejas en que los miembros han fracasado
en conservar la relación, la separación puede
aparecer como la única opción. Esta salida se
distinguir cuando uno o ambos cónyuges comprenden
que la relación cuesta más en tensión emocional, que
lo que ofrece en satisfacción personal. Aunque sea
la ruptura la opción asumida por la pareja, no
podemos negar su efecto enriquecedor para el vínculo
y para sus protagonistas, en tanto puede prevenir la
aparición de crisis mayores.
El
proceso de divorcio, ha sido descrito en la
literatura como una crisis no normativa,
circunstancial y por lo tanto no previsible, “…
constituye una etapa distintiva, un proceso
evolutivo alterno, diferente al ciclo vital de las
parejas/familias intactas y ... puede ocurrir en
cualquiera de las fases del ciclo a partir de la
unión de la pareja” (Macías, R., 1994, p.203).
Constituye una disolución reguladora del conflicto
vincular, que tiene una influencia trascendente en
la vida de ambos cónyuges y de cada uno de los
integrantes de la familia toda vez que ha sido
creada. Es un fenómeno muy frecuente en la
actualidad “… constituye la expresión, entre otros
factores, de una no - aceptación de lo inevitable e
irrevocable de la relación conyugal a expensas de la
felicidad personal” (Arés, P., 1998, p.1).
Si
bien la pareja actual enfrenta esta contradicción,
lo cierto es que la ruptura conyugal constituye hoy
una opción altamente demandada por aquellos casos
que no encuentran en su relación, el espacio
necesario para lograr autonomía, satisfacción,
afirmación y crecimiento individual. De ahí que el
divorcio sea una institución que existe en la medida
en que el matrimonio se produce.
Hay
que señalar además, que factores asociados al
género, influyen en la manera en que se vive y
valora el proceso de separación. Las problemáticas
que se generan ante la disolución de la unión
conyugal van a ser elaboradas y enfrentadas en
dependencia de patrones socio - culturales y modelos
ideoafectivos edificados bajo parámetros diferentes
para cada género; “…la intensidad de las emociones,
el grado de apego y las estrategias de afrontamiento
son diferentes en varones y mujeres, no como
características inherentes a su sexo sino como
producto de las formas de socialización, identidad
de género y marco socio - político en el que se
establecen las relaciones entre varones y mujeres…”
(Guevara, E.S. y Montero, M., 1994, p.19).
Al
analizar las estrategias de enfrentamiento que
despliegan los miembros de la pareja durante la
separación y los recursos psicológicos que
mediatizan este proceso, entramos a cuestionar
creencias asociadas a la “masculinidad” y
“femineidad” avaladas por la cultura, entre las
cuales se encuentran: la insensibilidad afectiva de
los varones y la sensibilidad emocional de las
mujeres. La polémica científica acerca de estos
conceptos, sería inagotable pero al mismo tiempo
animada y muy enriquecedora, ya que ofrecería
claridad con relación a esta problemática.
Por
el momento, se puede destacar que la actitud de las
mujeres hacia el divorcio se ha modificado, sobre
todo, porque acuden a él como alternativa de cambio
con mayor frecuencia. Esperan mucho más del
matrimonio que en otras épocas, consideran que éste
debe cumplir sus expectativas para justificar su
conservación. Como dato interesante podemos destacar
que, según las estadísticas, son las mujeres las que
mayormente presentan las solicitud de divorcio para
dar inicio al procesamiento jurídico de la
separación. Sin embargo, es necesario reconocer que
se trata de un proceso difícil para ambos cónyuges
dadas las pérdidas que supone, la cercanía a un
futuro incierto o no contemplado; la vivencia de
dolor; el sentimiento de culpa por la
desestructuración del sistema familiar; y el
desgarramiento emocional de una relación
significativa que no pudo conservarse.
En
este aspecto, evidencias empíricas ofrecen la
oportunidad de reflexionar en este aspecto, dada su
influencia en el futuro familiar. La mujer no es la
única responsable de la ruptura conyugal, recordemos
que el matrimonio y las uniones consensuales son
relaciones vinculares iniciadas por dos personas por
voluntariedad propia. Entonces, por qué ante el
divorcio corresponde a la mujer asumir la supuesta
“incompletitud” de su familia y la mayor parte de
las pérdidas o costos que implica el desenlace de
este proceso.
Entre
las consecuencias directas del divorcio, se
encuentra el surgimiento de nuevas estructuras
familiares. Como resultado de la separación
conyugal, la estructura y dinámica familiar son
diferentes. Las familia monoparentales
y reconstituidas que se
desarrollan con posterioridad al divorcio resumen
las pérdidas y ganancias que ha implicado la ruptura
conyugal para sus diferentes miembros. Sus
denominaciones no implican necesariamente que sean
consideradas familias de riesgo, sino grupos que
presentan un potencial considerable de riesgo,
precisamente por su período de adaptación y
estabilización.
Realmente la separación constituye una situación de
alto costo, sobre todo para las nuevas
organizaciones familiares. “La mayoría de las
personas implicadas en divorcios, consideran de
dónde han salido, pero no se plantean a dónde van” (Bohannan,
P., 1982, p.1610).
La transición hacia estos modelos de familia, exigen
de un elevado nivel de elaboración del proceso de
divorcio por los integrantes de la pareja. Sin
embargo, aunque este constituye un momento
trascendental para la familia, es violentado con
mucha frecuencia. Esto ocasiona que se incrementen
las divergencias en cuánto a cómo enfrentar la nueva
convivencia y que no se definan con claridad normas
y estilos de vida, coherentes con la características
propias de la organización familiar que se
configura. Los problemas se agudizan en el caso de
las familias reconstituidas, que presuponen la
entrada de un nuevo miembro y la creación de nuevos
espacios (físicos y psicológicos) que integren a
todos sus integrantes (Turtós, L. y Y. Valdés,
1999).
Otra de las implicaciones que ha tenido para la
familia el divorcio, ha sido el aumento de los
hogares encabezados por mujeres, sobre todo en el
caso de las monoparentales. Actualmente más del 30%
de los hogares cubanos se encuentran encabezados por
mujeres, de ellos por ejemplo, el 47% corresponde a
Ciudad de la Habana (ONE, 1999).
Son múltiples los retos que implica el divorcio para
la familia y para cada uno de sus miembros. Más
adelante nos aproximaremos a algunos de los efectos
que tiene el divorcio para la mujer. Para ello
resulta útil precisar algunas características del
proceso de divorcio y definir cuáles son las etapas
o estadios por los que atraviesa.
El
proceso de divorcio. Una propuesta para su estudio.
Como
resultado de la investigación se diseñó un modelo
explicativo para abordar las diferentes etapas del
divorcio. El modelo fue elaborado a partir de las
experiencias aportadas por la mujeres entrevistadas
e intenta incluir sus vivencias, juicios y
valoraciones, lo cual aporta objetividad y claridad
al análisis realizado. El esquema general plantea
las siguientes etapas: (ver Anexo 1)
El
proceso se articula – desde el punto de vista
analítico a partir de tres etapas, que atraviesan
diferentes fases o niveles y se van complejizando,
dando lugar al desarrollo de etapas posteriores.
Estos estadios se encuentran estrechamente
relacionados y plantean dos criterios
diferenciadores según las cualidades de cada pareja:
el tiempo de duración de cada etapa y la secuencia
que implica la aparición y transición de una fase
y/o estadio a otro. Las características
fundamentales que definen cada etapa del proceso
son:
·
Etapa
de pre – ruptura:
se desencadena como resultado de la presencia de
dificultades en los estilos de enfrentamiento y
modos de interacción que asumen los cónyuges en la
realización de actividades cotidianas. La atención
se centra en los aspectos negativos de la relación y
se tiende a ser excesivamente crítico con el
cónyuge. Identificamos en ella dos fases:
distancia emocional, reflejada en la
insatisfacción con el vínculo y con las expectativas
asociadas a él; negación de la realidad y
surgimiento de sentimientos de inseguridad,
desilusión, tristeza, ira e irritabilidad; y
conflicto manifiesto, en la cual al menos uno de
los integrantes de la pareja adquiere conciencia de
las causas reales de los conflictos y de la
determinación interpersonal de estos, puede tener
lugar como resultado la reevaluación de la relación
o la definición de su ruptura.
·
Etapa
de Ruptura:
ocurre durante el momento mismo de la separación una
vez tomada la decisión. Incluye la elaboración y
asimilación de un conjunto de acuerdos sobre la
nueva situación, que tiene en su base el
distanciamiento físico de la pareja, tales como: la
planificación y concreción de los arreglos y de los
bienes comunes e individuales. Puede incluir o no el
divorcio legal.
·
Etapa
de elaboración de la ruptura:
se refiere al reconocimiento de la ruptura, a la
reestructuración personal, con una reorganización
de la propia identidad. Incluye la ejecución de las
decisiones contempladas en la etapa anterior. Las
siguientes fases pueden o no conjugarse en su
ejecución y exigen determinado grado de elaboración:
divorcio económico, separación de los
ingresos y financiamiento; divorcio social,
se modifican las relaciones con la familia de origen
de cada cónyuge, las redes de apoyo social y las
amistades que antes se daban de manera compartida;
nueva realidad coparental, reestructuración
del rol parental; divorcio emocional, se
logra completar el proceso psicológico de
elaboración de la pérdida, con aceptación de la
realidad de sí mismo y del otro, a veces con mayor
plenitud que antes, con autonomía e independencia y
aumento de la autoestima y confianza en sí mismo.
Este
esquema constituye una alternativa para el estudio
del divorcio, siempre que se asuma con flexibilidad
y por consiguiente, su lectura se adapte a contextos
específicos y grupos poblacionales con
características particulares. Asimismo, su
interpretación exige considerar el enfoque de
género, que implica analizar las visiones y
vivencias de hombres y mujeres con una perspectiva
relacional.
Por
otra parte, hay que destacar que el tránsito de una
etapa o fase a otra no supone un proceso lineal.
Puede suceder que la persona se mantenga en un mismo
estadio por mucho tiempo o por el contrario logre
superarlo con rapidez, esto quiere decir que tampoco
se trata de un proceso uniforme en el tiempo.
Intervienen variados factores, que pueden ser de
naturaleza económica, psicológica, social, genérica,
etc.
En
este último aspecto pudiéramos volver a nuestro
objetivo central y valorar, el significado que tiene
para la mujer, vivenciar el proceso de divorcio. La
percepción de la mujer acerca del proceso de
divorcio y su elaboración acerca del mismo,
condiciona la posición que ésta adopta ante la
posibilidad de desarrollar una nueva familia, con la
modificación de pautas interactivas y estructurales
que definen el funcionamiento familiar.
La
elaboración psicológica del proceso de divorcio, es
decir, la superación de la tercera etapa del modelo
presentado, favorece la adaptación gradual de la
mujer a su nueva realidad y el establecimiento de
proyectos personales, que incluyen metas y objetivos
a alcanzar a corto y largo plazo. Estas metas
abarcan el desarrollo de una realidad familiar que
se estructura con ausencia del padre natural o
biológico y la incorporación de modificaciones que
tienen un fin común: garantizar la estabilidad y el
bienestar del grupo familiar.
La
presencia de un nivel de reflexión y valoración en
la mujer acerca de la separación, garantiza una
apertura desarrolladora de la familia a los cambios
(internos y externos) que se generan como resultado
del divorcio, permitiendo el crecimiento del sistema
y de sus miembros. Para ilustrar los casos en los
que la mujer ha logrado trascender la etapa de
elaboración de la ruptura – que sintetiza la
dimensión evolutiva del divorcio y se convierte por
su importancia en el estadio central y orientador
del análisis -, reflejamos las siguientes
reflexiones expuestas a partir de los instrumentos
utilizados:
“Después de la separación creo me siento una mujer
libre. Libre de pensamiento, de manera de actuar,
libre de mis actos, todos” (35 años, Técnico Medio,
Familia Monoparental).
“Después que nos separamos le he dado más
participación a la niña en las cosas de la casa,
siempre le consulto lo que quiere comer, la niña es
la que decide con quién pasa el fin de semana, yo no
trato de convencerla ...” (40 años, Universitaria,
Familia Monoparental).
“Con el divorcio, mi vida sufrió cambios favorables
y en contra, pero se van limando ... Creo que mis
hijos lo han sentido mucho, pero se sobreponen y
vamos bien ... Establecer una nueva relación sería
lo más normal de la vida aunque requiere de mucha
cautela pues no quisiera un nuevo fracaso ..”(34
años, preuniversitario, Familia Reconstituida).
“Posterior a la separación me he sentido plenamente
independiente, capaz de lograr mis metas y
objetivos”(33 años, Universitaria, Familia
Reconstituida).
Sin
embargo, no siempre la superación de la etapa de
elaboración de la ruptura garantiza la flexibilidad
y apertura de la mujer, para organizar el
funcionamiento familiar. La configuración de la
nueva estructura y dinámica de la familia, también
exige preparación para asumir la responsabilidad de
reestructurar la vida hogareña, sus normas, roles y
patrones de interacción. Puede suceder, que el
divorcio haya sido superado con inmediatez o bien
que no se hayan elaborado las demandas que supone
cada fase, de manera que la mujer encuentre ante sí
una nueva tarea, sin poseer los recursos necesarios
para ejercer, con la mayor efectividad posible, el
ejercicio de las funciones familiares.
Así,
la incertidumbre de atravesar una realidad familiar
incierta, sobre la cual no existen modelos o
referentes sociales que orienten o formulen
estrategias a seguir, condiciona que la estructura
familiar, y sus componentes dinámicos, se
establezcan a partir de límites y normas rígidas. La
presencia de estas características en la familia,
obstaculiza el crecimiento de sus miembros,
agudizando el distanciamiento físico y emocional de
estos. En la familia se genera un contexto
relacional caracterizado por la transmisión de
mensajes formales y estereotipados.
La
preparación para asumir la nueva organización
familiar, exige de la mujer un alto nivel de
elaboración y reflexión personal, en tanto la
adopción de la jefatura de hogar le plantea como
alternativa, el despliegue de un mayor número de
actividades, sobre la base de mayores
responsabilidades. La flexibilidad de la mujer
resulta ser en estos casos, un indicador necesario,
sobre todo porque debe realizar continuos reajustes
y acudir a mecanismos adaptativos, coherentes con
las demandas individuales y grupales. Otro reto
importante para ella sería, lograr la estabilidad
del grupo e impulsar simultáneamente, el desarrollo
y bienestar familiar.
Cuando la mujer no logra superar el divorcio
emocional y refleja pobre nivel de elaboración e
incapacidad para realizar un análisis crítico y
profundo de la relación; de las causas reales que
promovieron la ruptura; de la imagen y posición de
ambos en y durante la unión; se encontraron
opiniones como:
“Mi situación actual me genera sentimientos de
impotencia” (39 años, Universitaria, Familia
Monoparental”.
“Después de la separación creo que nunca voy a poder
rehacer mi vida con una pareja ... Mi única
preocupación es que aunque me convierta en una
esclava para mis hijos sé que nunca serán felices”
(42 años, Universitaria, Familia Monoparental”.
“Si pudiera volver a empezar enmendaría todos mis
errores. Es algo difícil volver a empezar ..”.
Refiriéndose a su nueva relación plantea: El hombre
es el que lleva aquí la voz cantante ...”(40 años.
Enseñanza Media, Familia Reconstituida).
“Después que él se fue me mantengo deprimida, con
miedo a la nueva pareja”(34 años, Técnico Medio,
Familia Reconstituida).
En
estos casos las mujeres mostraban incapacidad para
enfrentar el divorcio, caracterizándolo como un
evento significativo y no previsible en sus planes
de vida, cuya adopción continúa provocando en ellas,
marcados sentimientos de culpa. Asimismo, una parte
considerable de estas mujeres habían sido víctimas
de violencia física y/o psicológica durante la
separación y posterior a la ruptura definitiva. Al
referir los hechos violentos más significativos que
vivenciaron, argumentaban que no sabían qué hacer
ante los actos de violencia y agresividad de los que
eran víctimas y que perdonaban al cónyuge por
mantener a los hijos junto a sus padres y no ser
responsables de la ruptura de la familia.
El
funcionamiento de las familias, en las que la mujer
no presenta divorcio emocional, genera estilos de
reorganización apoyados en expectativas y normas de
vida enmarcados en la relación conyugal anterior, es
decir, tomando como referente la estructura nuclear
precedente. Esto provoca que, con frecuencia, no se
definan con claridad las funciones y espacios de
cada miembro, particularmente en las familias
reconstituidas en las que se integran las figuras de
los padrastros. Los límites se tornan difusos y los
integrantes de la familia, - principalmente la mujer
en su rol de madre -, se ven imposibilitados de
asumir de forma estable, autónoma y flexible, los
procesos de cambio que demanda la ausencia de uno de
sus miembros, - en estos casos la figura paterna -.
Los códigos de relación y comunicación también se
caracterizan por su inestabilidad, y suelen
transmitirse mensajes encubiertos. La presencia de
estos rasgos demuestra que nos encontramos ante
familias en las que no se logran establecer normas
de funcionamiento sistemáticas, que presentan
incapacidad para integrar las demandas de cambio que
plantea la separación y emprender una nueva etapa en
el ciclo de vida familiar, que sugiere nuevas
exigencias y desafíos.
Pudiéramos considerar una nueva interrogante: ¿ qué
sucede cuando la mujer trasciende de forma parcial
la separación emocional?. En la investigación, sólo
un caso refleja un desarrollo incipiente del
divorcio emocional, explicable por el breve tiempo
de separación y el avanzado nivel de elaboración que
la mujer tenía acerca de la ruptura matrimonial. No
obstante, aunque había alcanzado independencia,
autonomía y aceptación de su realidad de separada,
conservaba como aspiración, lograr un ideal de
familia fundado en la unión y la afectividad y en el
que aún tenía su espacio la figura del excónyuge.
La
diversidad que acompaña al divorcio en tanto
realidad subjetiva y el nivel diferenciado de
elaboración que alcanza en cada uno de los casos
estudiados, nos muestra que estamos ante un fenómeno
complejo y plurimotivado, que alcanza una amplia
gama de significados según la experiencia concreta e
inédita de cada individualidad que lo vivencia.
Considerando estos argumentos, podemos afirmar que
el divorcio, no constituye en sí mismo, un evento
desestructurador de la familia y de su identidad. Es
precisamente la valoración y asimilación que acerca
del mismo realiza la pareja, lo que condiciona la
adopción de estrategias que permitan conservar la
estabilidad familiar, pero que pueden potenciar o no
el crecimiento grupal. Precisamente, la capacidad
adaptativa del sistema familiar; la flexibilidad que
caracteriza la distribución y organización de los
indicadores estructurales y dinámicos; y el nivel de
elaboración y mediatización reflexiva de la mujer,
son factores que en su actuar combinado emergen como
importantes fuentes potenciadoras de bienestar
psicológico que propician la organización familiar
posterior, sobre todo en el caso de la
reconstitución.
Las
mujeres que integran actualmente familias
reconstituidas y han superado la fase de divorcio
emocional, expresan también mayor apertura para la
reorganización del funcionamiento monoparental. Sin
embargo, cuando transitan hacia la reconstitución,
se agregan nuevos retos y desafíos que complejizan
su configuración y provocan sensibles
modificaciones, fundamentalmente por la inclusión de
un nuevo miembro en rol de padrastro. Esto provoca
que en las estrategias adaptativas identifiquemos
mayores potenciales de riesgos y que la nueva
familia tenga que desplegar un conjunto de
mecanismos compensadores (límites interpersonales y
reglas más flexibles), para garantizar el
cumplimiento de las funciones familiares. La
alternativa de reconstitución familiar ubica a la
mujer en una posición diferente, ante la cual
intenta apoyarse en referentes valorativos propios,
que se orientan, en no pocos casos, hacia la
búsqueda de la familia nuclear inaugural, semejante
a la anterior. Este mecanismo se convierte para
ellas en una vía que le permite alcanzar el
reconocimiento social del que carecían en el estadio
de la monoparentalidad.
El
impacto del divorcio en la mujer y en la familia,
sugiere valorar además, la incidencia de factores
económicos y sociales, que mediatizan el
funcionamiento familiar actual.
En las
familias monoparentales, la ausencia de divorcio
emocional acentúa la vivencia de sensibles carencias
económicas en la mujer y la sobrevaloración de la
desventaja social que implica la nueva configuración
familiar y viceversa. No obstante, hay que
reconocer, que el alejamiento de la figura paterna
afecta en muchos casos el presupuesto familiar, en
tanto disminuyen los ingresos o pueden llegar a
romperse abruptamente los vínculos económicos. Así,
los factores económicos y sociales se convierten en
importantes barreras que se instauran en la
subjetividad femenina e impiden la transición a
estilos de vida flexibles, que garanticen la
estabilidad funcional del sistema, pero sobre la
base de mecanismos que propicien el bienestar
psicológico de sus miembros.
En las
familias reconstituidas, la búsqueda de un nuevo
cónyuge se apoya en el intento de suplir las
carencias sentidas y específicamente la pérdida del
sentido protector de la relación de pareja
precedente. La nueva pareja ofrece a la mujer , la
oportunidad de restaurar la familia nuclear
desestructurada y ser coherentes con el legado
macrosocial que instituye y promueve el modelo de
completitud de la institución familiar. Pero estos
fundamentos obstaculizan la satisfacción de las
demandas familiares e individuales, en tanto no se
apoyan en elaboraciones auténticas y personalizadas
de la mujer; promoviendo el establecimiento de un
funcionamiento rígido que se debate entre la entrada
de un miembro que busca su espacio propio, y la
tendencia de la mujer a conservar invariable el
ejercicio de las funciones familiares.
Vemos
así cómo se integran a la comprensión de las
condiciones que influyen en la reorganización
familiar, variables de orden económico y social que
en su actuar combinado marcan sensiblemente este
proceso, imprimiéndole diversas peculiaridades que
reflejan las características de la sociedad cubana
actual y de su impacto en la subjetividad grupal.
En
ambos tipos de familias, la identidad grupal
atraviesa en la actualidad un proceso de
reestructuración; no se logran definir con claridad
los miembros que pertenecen al sistema. El padre
natural es ubicado por lo general en un rol de
espectador del funcionamiento familiar presente y,
tomando en cuenta su posición, los hijos desarrollan
conflictos de lealtades que generan en ellos
tensiones e incertidumbres, llegando a afectar su
estructura motivacional y las jerarquía de
necesidades. Estos conflictos se acentúan en las
familias reconstituidas pues se incorpora un miembro
(padrastro), percibido frecuentemente como un rival
del padre en el ejercicio del poder.
La
organización de la identidad familiar se encuentra
limitada también por el afianzamiento de valores,
costumbres e interacciones que tipifican a la
familia nuclear inaugural. La conservación de estas
normas en el grupo impide la configuración de una
identidad que integre a todos los miembros en un
nivel superior de análisis, y niegan el verdadero
carácter de la familia: proceso grupal en continua
construcción.
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