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¿Qué exigencias le plantean a la relación de pareja las diferentes etapas del ciclo de vida familia?

 

En los marcos de la familia, la relación de pareja es un proceso que implica nuevas construcciones vinculares, en tanto, atraviesa durante su evolución continuas etapas y complejas situaciones que exigen a la pareja, la puesta en práctica de mecanismos reestructuradores y reorganizadores. La efectividad de estos mecanismos requiere que su implementación se acompañe de la introducción de un mayor número de recursos psicológicos de carácter interactivo.

 

La relación de pareja se modificará en la medida en que se originen cambios en su entorno. Igualmente se gestarán cambios en sus miembros, cuyos desenlaces dependerán de sus capacidades para analizar, apreciar y valorar de manera flexible las diversas tareas que enfrentan; así como de sus expectativas y comportamientos reales alrededor de las mismas. La pareja como entidad relacional no ofrece por sí misma protección a sus integrantes ante las dificultades, tensiones y problemáticas que se presentan. En la medida en que sus miembros sean capaces de solucionar estas situaciones, por muchas que se sean, la relación funcionará mejor.

 

Cuando uno o ambos cónyuges comienzan a percibir, frecuentemente y con gran intensidad, desigualdades o desavenencias en la relación y a vivenciar sentimientos de malestar tales como: inseguridad, descontento, rechazo, resentimiento, hostilidad, rencor y celos; la relación puede mostrar síntomas evidentes de deterioro. Estos síntomas, al provocar conflictos de carácter interpersonal o intrapersonal, pueden convertirse en agentes estimulantes o desarrolladores de la relación, o pueden destruir y/o desestabilizar la misma. Las situaciones conflictivas, en la medida en que se intensifica, pueden provocar estados de crisis en la relación.

 

La crisis interrumpe el silencio del vínculo. “… Sin proponérselo se convierte en el motor que enciende nuestras reflexiones y nos hace buscar nuevas alternativas para poder enfrentar las “nuevas” situaciones, precisamente, por el carácter inédito que adquiere la vida en la solución de los problemas diarios durante la crisis” (Martín, C. y Pérez, G., 1998, p.10). La crisis en la pareja debe ser entendida como un proceso de transformación que supone contradicciones, a veces muy complejas, no sólo para sus miembros sino también para el sistema familiar que lo constituye, ya que origina evidentes modificaciones en su funcionamiento.

 

No obstante, la crisis ofrece un conjunto de riesgos y oportunidades, significa desequilibrio en busca de un nuevo equilibrio. En la pareja puede provocar un impacto inestimable en la subjetividad individual de sus miembros y de la familia en sentido general. Aquellas parejas en que los miembros han fracasado en conservar la relación, la separación puede aparecer como la única opción. Esta salida se distinguir cuando uno o ambos cónyuges comprenden que la relación cuesta más en tensión emocional, que lo que ofrece en satisfacción personal. Aunque sea la ruptura la opción asumida por la pareja, no podemos negar su efecto enriquecedor para el vínculo y para sus protagonistas, en tanto puede prevenir la aparición de crisis mayores.

 

El proceso de divorcio, ha sido descrito en la literatura como una crisis no normativa, circunstancial y por lo tanto no previsible, “… constituye una etapa distintiva, un proceso evolutivo alterno, diferente al ciclo vital de las parejas/familias intactas y ... puede ocurrir en cualquiera de las fases del ciclo a partir de la unión de la pareja” (Macías, R., 1994, p.203). Constituye una disolución reguladora del conflicto vincular, que tiene una influencia trascendente en la vida de ambos cónyuges y de cada uno de los integrantes de la familia toda vez que ha sido creada. Es un fenómeno muy frecuente en la actualidad “… constituye  la expresión, entre otros factores, de una no - aceptación de lo inevitable e irrevocable de la relación conyugal a expensas de la felicidad personal” (Arés, P., 1998, p.1).

 

Si bien la pareja actual enfrenta esta contradicción, lo cierto es que la ruptura conyugal constituye hoy una opción altamente demandada por aquellos casos que no encuentran en su relación, el espacio necesario para lograr autonomía, satisfacción, afirmación y crecimiento individual. De ahí que el divorcio sea una institución que existe en la medida en que el matrimonio se produce.

 

Hay que señalar además, que factores asociados al género, influyen en la manera en que se vive y valora el proceso de separación. Las problemáticas que se generan ante la disolución de la unión conyugal van a ser elaboradas y enfrentadas en dependencia de patrones socio - culturales y modelos ideoafectivos edificados bajo parámetros diferentes para cada género;  “…la intensidad de las emociones, el grado de apego y las estrategias de afrontamiento son diferentes en varones y mujeres, no como características inherentes a su sexo sino como producto de las formas de socialización, identidad de género y marco socio - político en el que se establecen las relaciones entre varones y mujeres…” (Guevara, E.S. y Montero, M., 1994, p.19).

 

Al analizar las estrategias de enfrentamiento que despliegan los miembros de la pareja durante la separación y los recursos psicológicos que mediatizan este proceso, entramos a cuestionar creencias asociadas a la “masculinidad” y “femineidad” avaladas por la cultura, entre las cuales se encuentran: la insensibilidad afectiva de los varones y la sensibilidad emocional de las mujeres. La polémica científica acerca de estos conceptos, sería inagotable pero al mismo tiempo animada y muy enriquecedora, ya que ofrecería claridad con relación a esta problemática.

 

Por el momento, se puede destacar que la actitud de las mujeres hacia el divorcio se ha modificado, sobre todo, porque acuden a él como alternativa de cambio con mayor frecuencia. Esperan mucho más del matrimonio que en otras épocas, consideran que éste debe cumplir sus expectativas para justificar su conservación. Como dato interesante podemos destacar que, según las estadísticas, son las mujeres las que mayormente presentan las solicitud de divorcio para dar inicio al procesamiento jurídico de la separación. Sin embargo, es necesario reconocer que se trata de un proceso difícil para ambos cónyuges dadas las pérdidas que supone, la cercanía a un futuro incierto o no contemplado; la vivencia de dolor; el sentimiento de culpa por la desestructuración del sistema familiar; y el desgarramiento emocional de una relación significativa que no pudo conservarse.

 

En este aspecto, evidencias empíricas ofrecen la oportunidad de reflexionar en este aspecto, dada su influencia en el futuro familiar. La mujer no es la única responsable de la ruptura conyugal, recordemos que el matrimonio y las uniones consensuales son relaciones vinculares iniciadas por dos personas por voluntariedad propia. Entonces, por qué ante el divorcio corresponde a la mujer  asumir la supuesta “incompletitud” de su familia y la mayor parte de las pérdidas o costos que implica el desenlace de este proceso.

 

Entre las consecuencias directas del divorcio, se encuentra el surgimiento de nuevas estructuras familiares. Como resultado de la separación conyugal, la estructura y dinámica familiar son diferentes. Las familia monoparentales y reconstituidas que se desarrollan con posterioridad al divorcio resumen las pérdidas y ganancias que ha implicado la ruptura conyugal para sus diferentes miembros. Sus denominaciones no implican necesariamente que sean consideradas familias de riesgo, sino grupos que presentan un potencial considerable de riesgo, precisamente por su período de adaptación y estabilización.

 

Realmente la separación constituye una situación de alto costo, sobre todo para las nuevas organizaciones familiares. “La mayoría de las personas implicadas en divorcios, consideran de dónde han salido, pero no se plantean a dónde van” (Bohannan, P., 1982, p.1610).

 

La transición hacia estos modelos de familia, exigen de un elevado nivel de elaboración del proceso de divorcio por los integrantes de la pareja. Sin embargo, aunque este constituye un momento trascendental para la familia, es violentado con mucha frecuencia. Esto ocasiona que se incrementen las divergencias en cuánto a cómo enfrentar la nueva convivencia y que no se definan con claridad normas y estilos de vida, coherentes con la características propias de la organización familiar que se configura. Los problemas se agudizan en el caso de las familias reconstituidas, que presuponen la entrada de un nuevo miembro y la creación de nuevos espacios (físicos y psicológicos) que integren a todos sus integrantes (Turtós, L. y Y. Valdés, 1999).

 

Otra de las implicaciones que ha tenido para la familia el divorcio, ha sido el aumento de los hogares encabezados por mujeres, sobre todo en el caso de las monoparentales. Actualmente más del 30% de los hogares cubanos se encuentran encabezados por mujeres, de ellos por ejemplo, el 47% corresponde a Ciudad de la Habana (ONE, 1999).

 

Son múltiples los retos que implica el divorcio para la familia y para cada uno de sus miembros. Más adelante nos aproximaremos a algunos de los efectos que tiene el divorcio para la mujer. Para ello resulta útil precisar algunas características del proceso de divorcio y definir cuáles son las etapas o estadios por los que atraviesa.

 

El proceso de divorcio. Una propuesta para su estudio.

 

Como resultado de la investigación se diseñó un modelo explicativo para abordar las diferentes etapas del divorcio. El modelo fue elaborado a partir de las experiencias aportadas por la mujeres entrevistadas e intenta incluir sus vivencias, juicios  y valoraciones, lo cual aporta objetividad y claridad al análisis realizado. El esquema general plantea las siguientes etapas:  (ver Anexo 1)

 

El proceso se articula – desde el punto de vista analítico a partir de tres etapas, que atraviesan diferentes fases o niveles y se van complejizando, dando lugar al desarrollo de etapas posteriores. Estos estadios se encuentran estrechamente relacionados y plantean dos criterios diferenciadores según las cualidades de cada pareja: el tiempo de duración de cada etapa y la secuencia que implica la aparición y transición de una fase y/o estadio a otro. Las características fundamentales que definen cada etapa del proceso son:

 

·         Etapa de pre – ruptura: se desencadena como resultado de la presencia de dificultades en los estilos de enfrentamiento y modos de interacción que asumen los cónyuges en la realización de actividades cotidianas. La atención se centra en los aspectos negativos de la relación y se tiende a ser excesivamente crítico con el cónyuge. Identificamos en ella dos fases: distancia emocional, reflejada en la insatisfacción con el vínculo y con las expectativas asociadas a él; negación de la realidad y surgimiento de sentimientos de inseguridad, desilusión, tristeza, ira e irritabilidad; y conflicto manifiesto, en la cual al menos uno de los integrantes de la pareja adquiere conciencia de las causas reales de los conflictos y de la determinación interpersonal de estos, puede tener lugar como resultado la reevaluación de la relación o la definición de su ruptura.

 

·         Etapa de Ruptura: ocurre durante el momento mismo de la separación una vez tomada la decisión. Incluye la elaboración y asimilación de un conjunto de acuerdos sobre la nueva situación, que tiene en su base el distanciamiento físico de la pareja, tales como: la planificación y concreción de los arreglos y de los bienes comunes e individuales. Puede incluir o no el divorcio legal.

 

·         Etapa de elaboración de la ruptura: se refiere al reconocimiento de la ruptura, a la reestructuración personal, con una  reorganización de la propia identidad. Incluye la ejecución de las decisiones contempladas en la etapa anterior. Las siguientes fases pueden o no conjugarse en su ejecución y exigen determinado grado de elaboración: divorcio económico, separación de los ingresos y financiamiento; divorcio social, se modifican las relaciones con la familia de origen de cada cónyuge, las redes de apoyo social y las amistades que antes se daban de manera compartida; nueva realidad coparental, reestructuración del rol parental; divorcio emocional, se logra completar el proceso psicológico de elaboración de la pérdida, con aceptación de la realidad de sí mismo y del otro, a veces con mayor plenitud que antes, con autonomía e independencia y aumento de la autoestima y confianza en sí mismo.

 

Este esquema constituye una alternativa para el estudio del divorcio, siempre que se asuma con flexibilidad y por consiguiente, su lectura se adapte a contextos específicos y grupos poblacionales con características particulares. Asimismo, su interpretación exige considerar el enfoque de género, que implica analizar las visiones y vivencias de hombres y mujeres con una perspectiva relacional.

 

Por otra parte, hay que destacar que el tránsito de una etapa o fase a otra no supone un proceso lineal. Puede suceder que la persona se mantenga en un mismo estadio por mucho tiempo o por el contrario logre superarlo con rapidez, esto quiere decir que tampoco se trata de un proceso uniforme en el tiempo. Intervienen variados factores, que pueden ser de naturaleza económica, psicológica, social, genérica, etc.

 

En este último aspecto pudiéramos volver a nuestro objetivo central y valorar, el significado que tiene para la mujer, vivenciar el proceso de divorcio. La percepción de la mujer acerca del proceso de divorcio y su elaboración acerca del mismo, condiciona la posición que ésta adopta ante la posibilidad de desarrollar una nueva familia, con la modificación de pautas interactivas y estructurales que definen el funcionamiento familiar.

 

La elaboración psicológica del proceso de divorcio, es decir, la superación de la tercera etapa del modelo presentado, favorece la adaptación gradual de la mujer a su nueva realidad y el establecimiento de proyectos personales, que incluyen metas y objetivos a alcanzar a corto y largo plazo. Estas metas abarcan el desarrollo de una realidad familiar que se estructura con ausencia del padre natural o biológico y la incorporación de modificaciones que tienen un fin común: garantizar la estabilidad y el bienestar del grupo familiar.

 

La presencia de un nivel de reflexión y valoración en la mujer acerca de la separación, garantiza una apertura desarrolladora de la familia a los cambios (internos y externos) que se generan como resultado del divorcio, permitiendo el crecimiento del sistema y de sus miembros. Para ilustrar los casos en los que la mujer ha logrado trascender la etapa de elaboración de la ruptura – que sintetiza la dimensión evolutiva del divorcio y se convierte por su importancia en el estadio central y orientador del análisis -, reflejamos las siguientes reflexiones expuestas a partir de los instrumentos utilizados:

 

“Después de la separación creo me siento una mujer libre. Libre de pensamiento, de manera de actuar, libre de mis actos, todos” (35 años, Técnico Medio, Familia Monoparental). 

 

“Después que nos separamos le he dado más participación a la niña en las cosas de la casa, siempre le consulto lo que quiere comer, la niña es la que decide con quién pasa el fin de semana, yo no trato de convencerla ...” (40 años, Universitaria, Familia Monoparental).

 

“Con el divorcio, mi vida sufrió cambios favorables y en contra, pero se van limando ... Creo que mis hijos lo han sentido mucho, pero se sobreponen y vamos bien ... Establecer una nueva relación sería lo más normal de la vida aunque requiere de mucha cautela pues no quisiera un nuevo fracaso ..”(34 años, preuniversitario, Familia Reconstituida).

 

“Posterior a la separación me he sentido plenamente independiente, capaz de lograr mis metas y objetivos”(33 años, Universitaria, Familia Reconstituida).

 

Sin embargo, no siempre la superación de la etapa de elaboración de la ruptura garantiza la flexibilidad y apertura de la mujer, para organizar el funcionamiento familiar. La configuración de la nueva estructura y dinámica de la familia, también exige preparación para asumir la responsabilidad de reestructurar la vida hogareña, sus normas, roles y patrones de interacción. Puede suceder, que el divorcio haya sido superado con inmediatez o bien que no se hayan elaborado las demandas que supone cada fase, de manera que la mujer encuentre ante sí una nueva tarea, sin poseer los recursos necesarios para ejercer, con la mayor efectividad posible, el ejercicio de las funciones familiares.

 

Así, la incertidumbre de atravesar una realidad familiar incierta, sobre la cual no existen modelos o referentes sociales que orienten o formulen estrategias a seguir, condiciona que la estructura familiar,  y sus componentes dinámicos, se establezcan a partir de límites y normas rígidas. La presencia de estas características en la familia, obstaculiza el crecimiento de sus miembros, agudizando el distanciamiento físico y emocional de estos. En la familia se genera un contexto relacional caracterizado por la transmisión de mensajes formales y estereotipados.

 

La preparación para asumir la nueva organización familiar, exige de la mujer un alto nivel de elaboración y reflexión personal, en tanto la adopción de la jefatura de hogar le plantea como alternativa, el despliegue de un mayor número de actividades, sobre la base de mayores responsabilidades. La flexibilidad de la mujer resulta ser en estos casos, un indicador necesario, sobre todo porque debe realizar continuos reajustes y acudir a mecanismos adaptativos, coherentes con las demandas individuales y grupales. Otro reto importante para ella sería, lograr la estabilidad del grupo e impulsar simultáneamente, el desarrollo y bienestar familiar.

 

Cuando la mujer no logra superar el divorcio emocional y refleja pobre nivel de elaboración e incapacidad para realizar un análisis crítico y profundo de la relación; de las causas reales que promovieron la ruptura; de la imagen y posición de ambos en y durante la unión; se encontraron opiniones como:

 

“Mi situación actual me genera sentimientos de impotencia” (39 años, Universitaria, Familia Monoparental”.

 

“Después de la separación creo que nunca voy a poder rehacer mi vida con una pareja ... Mi única preocupación es que aunque me convierta en una esclava para mis hijos sé que nunca serán felices” (42 años, Universitaria, Familia Monoparental”.

 

“Si pudiera volver a empezar enmendaría todos mis errores. Es algo difícil volver a empezar ..”. Refiriéndose a  su nueva relación plantea: El hombre es el que lleva aquí la voz cantante ...”(40 años. Enseñanza Media, Familia Reconstituida).

 

“Después que él se fue me mantengo deprimida, con miedo a la nueva pareja”(34 años, Técnico Medio, Familia Reconstituida).

 

En estos casos las mujeres mostraban incapacidad para enfrentar el divorcio, caracterizándolo como un evento significativo y no previsible en sus planes de vida, cuya adopción continúa provocando en ellas, marcados sentimientos de culpa. Asimismo, una parte considerable de estas mujeres habían sido víctimas de violencia física y/o psicológica durante la separación y posterior a la ruptura definitiva. Al referir los hechos violentos más significativos que vivenciaron, argumentaban que no sabían qué hacer ante los actos de violencia y agresividad de los que eran víctimas y que perdonaban al cónyuge por mantener a los hijos junto a sus padres y no ser responsables de la ruptura de la familia.

 

El funcionamiento de las familias, en las que la mujer no presenta divorcio emocional, genera estilos de reorganización apoyados en expectativas y normas de vida enmarcados en la relación conyugal anterior, es decir, tomando como referente la estructura nuclear precedente. Esto provoca que, con frecuencia, no se definan con claridad las funciones y espacios de cada miembro, particularmente en las familias reconstituidas en las que se integran las figuras de los padrastros. Los límites se tornan difusos y los integrantes de la familia, - principalmente la mujer en su rol de madre -, se ven imposibilitados de asumir de forma estable, autónoma y flexible, los procesos de cambio que demanda la ausencia de uno de sus miembros, - en estos casos la figura paterna -. Los códigos de relación y comunicación también se caracterizan por su inestabilidad, y suelen transmitirse mensajes encubiertos. La presencia de estos rasgos demuestra que nos encontramos ante familias en las que no se logran establecer normas de funcionamiento sistemáticas, que presentan incapacidad para integrar las demandas de cambio que plantea la separación y emprender una nueva etapa en el ciclo de vida familiar, que sugiere nuevas exigencias y desafíos.

 

Pudiéramos considerar una nueva interrogante: ¿ qué sucede cuando la mujer trasciende de forma parcial la separación emocional?. En la investigación, sólo un caso refleja un desarrollo incipiente del divorcio emocional, explicable por el breve tiempo de separación y el avanzado nivel de elaboración que la mujer tenía acerca de la ruptura matrimonial. No obstante, aunque  había alcanzado independencia, autonomía y aceptación de su realidad de separada, conservaba como aspiración, lograr un ideal de familia fundado en la unión y la afectividad y en el que aún tenía su espacio la figura del excónyuge.

 

La diversidad que acompaña al divorcio en tanto realidad subjetiva y el nivel diferenciado de elaboración que alcanza en cada uno de los casos estudiados, nos muestra que estamos ante un fenómeno complejo y plurimotivado, que alcanza una amplia gama de significados según la experiencia concreta e inédita de cada individualidad que lo vivencia.

 

Considerando estos argumentos, podemos afirmar que el divorcio, no constituye en sí mismo, un  evento desestructurador de la familia y de su identidad. Es precisamente la valoración y asimilación que acerca del mismo realiza la pareja, lo que condiciona la adopción de estrategias que permitan conservar la estabilidad familiar, pero que pueden potenciar o no el crecimiento grupal. Precisamente, la capacidad adaptativa del sistema familiar; la flexibilidad que caracteriza la distribución y organización de los indicadores estructurales y dinámicos; y el nivel de elaboración y mediatización reflexiva de la mujer, son factores que en su actuar combinado emergen como importantes fuentes potenciadoras de bienestar psicológico que propician la organización familiar posterior, sobre todo en el caso de la reconstitución. 

 

Las mujeres que integran actualmente familias reconstituidas y han superado la fase de divorcio emocional, expresan también mayor apertura para la reorganización del funcionamiento monoparental. Sin embargo, cuando transitan hacia la reconstitución, se agregan nuevos retos y desafíos que complejizan su configuración y provocan sensibles modificaciones, fundamentalmente por la inclusión de un nuevo miembro en rol de padrastro. Esto provoca que en las estrategias adaptativas identifiquemos mayores potenciales de riesgos y que la nueva familia tenga que desplegar un conjunto de mecanismos compensadores (límites interpersonales y reglas más flexibles), para garantizar el cumplimiento de las funciones familiares. La alternativa de reconstitución familiar ubica a la mujer en una posición diferente, ante la cual intenta apoyarse en referentes valorativos propios, que se orientan, en no pocos casos, hacia la búsqueda de la familia nuclear inaugural, semejante a la anterior. Este mecanismo se convierte para ellas en una vía que le permite alcanzar el reconocimiento social del que carecían en el estadio de la monoparentalidad.

 

El impacto del divorcio en la mujer y en la familia, sugiere valorar además, la incidencia de factores económicos y sociales, que mediatizan el funcionamiento familiar actual.

 

En las familias monoparentales, la ausencia de divorcio emocional acentúa la vivencia de sensibles carencias económicas en la mujer y la sobrevaloración de la desventaja social que implica la nueva configuración familiar y viceversa. No obstante, hay que reconocer, que el alejamiento de la figura paterna afecta en muchos casos el presupuesto familiar, en tanto disminuyen los ingresos o pueden llegar a romperse abruptamente los vínculos económicos. Así, los factores económicos y sociales se convierten en importantes barreras que se instauran en la subjetividad femenina e impiden la transición a estilos de vida flexibles, que garanticen la estabilidad funcional del sistema, pero sobre la base de mecanismos que propicien el bienestar psicológico de sus miembros.

 

En las familias reconstituidas, la búsqueda de un nuevo cónyuge se apoya en el intento de suplir las carencias sentidas y específicamente la pérdida del sentido protector de la relación de pareja precedente. La nueva pareja ofrece a la mujer , la oportunidad de restaurar la familia nuclear desestructurada y ser coherentes con el legado macrosocial que instituye y promueve el modelo de completitud de la institución familiar. Pero estos fundamentos obstaculizan la satisfacción de las demandas familiares e individuales, en tanto no se apoyan en elaboraciones auténticas y personalizadas de la mujer; promoviendo el establecimiento de un funcionamiento rígido que se debate entre la entrada de un miembro que busca su espacio propio, y la tendencia de la mujer a conservar invariable el ejercicio de las funciones familiares.

 

Vemos así cómo se integran a la comprensión de las condiciones que influyen en la reorganización familiar, variables de orden económico y social que en su actuar combinado marcan sensiblemente este proceso, imprimiéndole diversas peculiaridades que reflejan las características de la sociedad cubana actual y de su impacto en la subjetividad grupal.

 

En ambos tipos de familias, la identidad grupal atraviesa en la actualidad un proceso de reestructuración; no se logran definir con claridad los miembros que pertenecen al sistema. El padre natural es ubicado por lo general en un rol de espectador del funcionamiento familiar presente y, tomando en cuenta su posición, los hijos desarrollan conflictos de lealtades que generan en ellos tensiones e incertidumbres, llegando a afectar su estructura motivacional y las jerarquía de necesidades. Estos conflictos se acentúan en las familias reconstituidas pues se incorpora un miembro (padrastro), percibido frecuentemente como un rival del padre en el ejercicio del poder.

 

La organización de la identidad familiar se encuentra limitada también por el afianzamiento de valores, costumbres e interacciones que tipifican a la familia nuclear inaugural. La conservación de estas normas en el grupo impide la configuración de una identidad que integre a todos los miembros en un nivel superior de análisis, y niegan el verdadero carácter de la familia: proceso grupal en  continua construcción.

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