El
divorcio y su influencia en el grupo familiar.
Algunos aspectos conceptuales.
El
análisis del desarrollo socio–histórico de la
familia sugiere como necesidad, incorporar nuevos
conocimientos y puntos de vista, para comprender las
transformaciones que ha experimentado este grupo
humano, y conocer los desafíos que plantea su
evolución. Resulta ineficaz discutir si la familia
era más funcional antes o ahora, si sus miembros
eran más o menos felices que en la actualidad.
Precisamente, respondiendo a un criterio de
funcionalidad, la familia tuvo que desarrollarse y
cambiar.
Los
rápidos cambios estructurales que se han generado en
nuestras familias, reflejan su creciente capacidad
de adaptación a las múltiples transformaciones
sociales que se suceden en su entorno más inmediato.
En este punto resulta oportuno destacar, que si bien
la familia ha sido receptora y reproductora de las
modificaciones acontecidas en el macrocontexto,
también ha sido productora y creadora de profundos
cambios a este nivel, legitimando cada vez su
condición de mediadora entre el individuo y la
sociedad.
El
desarrollo que ha tenido el grupo familiar ha
dominado la realidad actual, con un término que no
define a la familia como “de uno u otro tipo”.
Pudiéramos afirmar que hemos arribado a la época de
la diversidad familiar, donde lo más importante que
distingue a este grupo son las relaciones que se
establecen entre sus miembros y la realización de
funciones vitales que las exigencias sociales han
fomentado.
“Respetar la diversidad de familias que pueden
existir y centrarnos en la calidad de las relaciones
y en el cumplimiento de sus funciones, más que en
las formas que ellas adoptan, es otro de los
elementos esenciales para comprender la realidad de
nuestras familias, y poder orientarlas en forma
adecuada en aquello que sea necesario” (Colectivo de
Autores, 1996).
La
mujer ha sido una de las protagonistas fundamentales
de los cambios que han impactado el desarrollo de la
familia en nuestra sociedad, durante los últimos
años. Continúan siendo las mujeres figuras
centrales en la familia, las que garantizan no sólo
la reproducción física de sus integrantes, sino
también un nivel de comunicación e intercambio
afectivo al interior del grupo. Asimismo, el sector
femenino ha sido por largo tiempo, centro de
múltiples políticas sociales dirigidas a incrementar
su participación en esferas de importancia
económica y social para el país.
Estos
acontecimientos han influido notablemente en la
subjetividad femenina, introduciendo modificaciones
en los estilos, normas de vida, patrones de
comportamiento y modelos comunicativos implementados
por la mujer. Sin embargo, la inmediatez que plantea
la cotidianeidad para la mujer y el despliegue de
acciones concretas para garantizar y/o conservar un
nivel de vida determinado, son factores que inciden
en juicios y valoraciones que suelen aparecer en el
discurso femenino contemporáneo. Así, es frecuente
encontrar en nuestra realidad social criterios y
concepciones acerca de la mujer, que aún reflejan,
la reproducción de actitudes y creencias típicas de
la cultura patriarcal. Evidentemente, estos
contenidos siguen siendo valorizados en nuestra
sociedad y revelan la existencia de desigualdades
genéricas, fundamentalmente en el ámbito doméstico,
“... son cargas milenarias que por su mistificación
no han podido ser suficientemente modificadas en la
subjetividad y representación social, a pesar de las
regulaciones políticas y sociales existentes” (Arés,
P., 1998, p.7).
El
proceso de asimilación e incorporación de nuevos
valores; de creación de estilos de vida diferentes;
y de modificaciones de normas, roles y patrones
interactivos en el ámbito familiar, ha sido
resultado de contradicciones y equilibrios entre lo
asignado culturalmente y las nuevas formas de
asumirlo. Avanzar en la comprensión de los procesos
de cambio que se han gestado en las familias y en
particular en la mujer cubana, sugiere conocer
cuáles han sido las transformaciones más
significativas que han incidido en el grupo
familiar.
La
sociedad cubana ha sido escenario de grandes
transformaciones sociales en su desarrollo. Los
profundos cambios socio - históricos ocurridos en
Cuba después del triunfo de la Revolución, crearon
las premisas para la constitución de un modo de vida
familiar, en el que se destaca precisamente: la
incorporación de la mujer al mercado laboral. Este
ha sido uno de los factores que ha originado los
cambios demográficos, sociológicos y psicológicos
más importantes en la familia.
La
entrada de la mujer al escenario laboral, constituyó
un derecho protegido que se le brindó a ese sector
de la población. Ello, unido a las medidas y
programas con relación a la educación y salud
gratuitas, le ofrecieron mayor seguridad y calidad
de vida como máxima responsable del núcleo familiar,
repercutiendo en la satisfacción de necesidades
vitales de la familia y de la mujer como
individualidad.
A
pesar de estas condiciones, potencialmente
positivas, hay que reconocer que los cambios
sociales que se pueden generar en las familias no
son lineales y dependen, entre otros factores: de la
asimilación que realicen sus integrantes de las
influencias cambiantes del entorno social; de la
variante familiar que hayan asumido los individuos
para la convivencia; la etapa del ciclo vital que
están atravesando; la calidad del nivel del
funcionamiento alcanzado por el sistema grupal; así
como, de los disímiles acontecimientos y eventos
socioeconómicos que enfrenta la familia.
De
modo que, las transformaciones en la familia no
deben evaluarse cuantitativamente sino como procesos
que en su acontecer suponen riesgos, ganancias y
satisfacciones. Siguiendo este análisis, podemos
aproximarnos a la identificación de los indicadores,
que muestran cómo la familia se encuentra ante
nuevos procesos de transformación, que se traducen
en variados descensos y ascensos en las tendencias
de cambio. Entre estas se encuentran:
·
Disminución de la natalidad:
condicionado por los avances en la esfera de la
salud, que permiten una adecuada comprensión y uso
de la anticoncepción. La salida de la mujer al
mercado de trabajo y el encarecimiento de la vida,
hicieron necesaria y efectiva el incremento de la
planificación familiar y de la cultura psicológica
en relación con la crianza y el destino de los
hijos.
·
Descenso paulatino del tamaño promedio de la familia:
consecuencia directa de la tendencia anterior,
además del aumento del tiempo medio de vida, que
limita - entre otros factores -, la necesidad de
reproducción.
·
Aumento del rol protagónico de la mujer:
constituye un evento social significativo y a la vez
un indicador de cambio familiar. Su repercusión ha
sido relevante al introducir evidentes variaciones
en el funcionamiento, calidad de vida de la familia,
en la planificación familiar (que incluye el tiempo
en familia), los recursos a utilizar, la
distribución del trabajo doméstico y el estilo de la
relación con su pareja e hijos. Estas variaciones
pueden ser valoradas como positivas o no, en función
de la asimilación y comprensión por los miembros de
la familia, la sociedad, e incluso por la propia
mujer de las nuevas exigencias que plantea el
desempeño de sus roles. Pero, no ha sido tan
sencillo asumir esta nueva posición; la mujer ha
tratado de equilibrar la satisfacción de sus nuevas
necesidades e intereses personales con el legado
cultural que la demanda, además, como buena madre y
esposa, lo que vive con conflicto y sentimiento de
culpa cuando no entrega más allá de lo que puede.
·
Ruptura de los mitos:
como respuesta a la necesidad de modificación de
valores y opiniones, creándose un espacio para la
reflexión sobre los mismos y su aceptación en la
sociedad y al interno de las familias. El cambio
afecta a los valores religiosos, morales y sociales,
promoviendo el cuestionamiento de teorías y
concepciones sexuales, frente a las cuales se ha
progresado significativamente con relación a la
igualdad entre los sexos; al mayor conocimiento y
libertad desde la individualidad; a la variación en
la posición del hombre como jefe de hogar y como
único proveedor de este, con todos los derechos y
garantías que esto implica, no sólo se valora su
posición de autoridad, sino el papel que desempeñaba
y va a desempañar en adelante. Esto aumenta la
posibilidad de que el hombre descubra y gane el
mundo afectivo del que estaba alejado.
Estas
transformaciones son graduales y su impacto en el
ámbito de las ideas, es un proceso lento. “...
Tendrán que sucederse muchos cambios antes de que la
mayoría de las personas sepan defender y lograr la
igualdad de valores en sus relaciones. Cuando
alcancemos esa igualdad, la familia se fortalecerá y
podremos educar personas más competentes” (Satir,
V., 1991, p.396).
Así,
por ejemplo, en la pareja la relación es de dos, y
faltan mayores esfuerzo para lograr tal tipo de
igualdad. Las mujeres tienen la ventaja de haber
iniciado la reflexión sobre los aspectos de género.
En cambio, en los hombres son más recientes estas
consideraciones. Una alternativa para el cambio,
estaría en la posibilidad de que tanto hombres como
mujeres, pudieran problematizar, evaluar y construir
un modelo de masculinidad más amplio y menos
restrictivo que el tradicional. En tiempos de
rápidas transformaciones sociales - como el que
vivimos hoy -, hombres y mujeres deben involucrarse
en la construcción de nuevas realidades. Es cuestión
de nuevas actitudes para viejos valores.
Otros
cambios que se evidencian en nuestras familias son:
el aumento gradual de los niveles de
divorcialidad y consensualidad. El
crecimiento acelerado que muestran estos eventos,
pudiera ser consecuencia directa de modificaciones
en los valores familiares, que acentúan el énfasis
de los procesos de unión en aspectos diferentes a
aquellos que tenían mayor peso hace un tiempo atrás
(ej. conveniencia familiar, búsqueda de mejor status
económico, etc.). En este sentido, la afectividad se
convierte en criterio básico para la elección de la
pareja. Otros factores motivan el incremento de
estos fenómenos en nuestra realidad, podrían ser,
las carencias económicas que enfrentan las familias
y el sector juvenil; la concepción de inmediatez en
los planes de vida; la falta de preparación para
enfrentar la relación de pareja y la convivencia
familiar.
Por
otra parte, los crecientes niveles de autonomía y
libertad personal llevan a poner en primer plano la
satisfacción personal y en la convivencia, ante
legados culturales que estigmatizaban las
separaciones o las uniones no legalizadas. Ya nada
ata a la mujer, ni siquiera su deseo de procrear.
Ante la conocida sentencia – “pesa más que un
matrimonio mal llevado” - cabe preguntarse ¿Es
necesario soportar ese peso? ¿Si lo asumimos, no
pondremos parte de nuestras cargas en otras personas
y afectaríamos a otros miembros de la familia por
miedos y/o prejuicios propios o por costumbres
enraizadas? ¿Vale más un matrimonio deteriorado o un
divorcio bien resuelto?
Asimismo, sería oportuno considerar: ¿Por qué cada
vez más personas son incapaces de aceptar un vínculo
disfuncional, que limita el crecimiento individual e
intentar buscar nuevos atractivos en otra relación?
Ante estas interrogantes, resulta válido señalar,
que Cuba se ubica entre los países en los que la
mujer inicia la vida en pareja a edades tempranas
(18.4 años), si se compara con la información que al
respecto brinda la Encuesta Mundial de Fecundidad
para un grupo de países de América Latina. (Benítez,
M. E., 1999). Este rejuvenecimiento de la
nupcialidad se asocia – como vimos anteriormente -,
a la elevación de las tasas de divorcialidad,
configurándose como una de sus causas fundamentales.
Otro
dato de interés lo constituye el aumento
significativo de los divorcios en cifras absolutas
hasta 1993, y en términos relativos en los últimos
años. Por cada 100 matrimonios celebrados en 1990 se
produjeron 37 divorcios y en 1999 se llegó a 69. La
información estadística disponible indica también,
que la relación divorcio – matrimonio ha pasado de
ser, de 22 matrimonios por cada 100 divorcios en
1970; a 39 en 1981; 67,6 en 1997; y 68.9 en 1999
(Durán, A.; M. Díaz y E. Chávez; Benítez, M. E; ONE,
1999).
Los
datos presentados revelan un conjunto de factores
importantes a valorar para el tema que estamos
analizando. Constituyen tendencias demográficas que
comienzan caracterizar a nuestras familias. Los
datos reflejan la interrelación de múltiples
procesos psicosociales que se desarrollan al
interior de la familia. Se vuelve necesario conocer
entonces, algunas características y rasgos
correspondientes a la dinámica y funcionamiento de
las relaciones de pareja en el contexto cubano.
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